HERMÈS Arceau & Pocket Millefiori

Del arte del cristal a la eclosión de una alfombra de flores y estrellas

Con sus modelos Arceau Millefiori, Hermès ofrece un novedoso encuentro entre las artes de la relojería y el cristal soplado. Se trata de relojes de pulsera y de bolsillo excepcionales: laten al son de calibres mecánicos manufacturados en los talleres suizos de La Montre Hermès, y sus tapas y esferas se iluminan con un trabajo inspirado en los pisapapeles del siglo XIX que confecciona la Real Cristalería de Saint-Louis.

Tanto hoy como antaño, en Saint-Louis todo gira alrededor del horno. En la boca de estos hornos —cada uno de los cuales se destina a un color de cristal o esmalte—, el soplador enrolla en la caña la pasta vítrea con movimientos muy precisos, hasta convertirla en una masa homogénea y sin burbujas. El largo trabajo de los maestros vidrieros empieza en ese momento, en una coreografía silenciosa de movimientos perfectamente coordinados. La caña pasa de una mano a otra, de un soplo a otro, de una mesa a otra, para dar lugar a un cristal monocromo a partir del cual se forman las postas que sirven de base para los millefiori.

Estas postas, que se obtienen por superposición de capas de cristal sobre esmalte para destacar el color, recuerdan a bastoncillos de caramelo. A veces se ensamblan unas con otras con la finalidad de formar motivos cada vez más complejos. Sean cuales sean sus colores y diseños, el proceso de confección es siempre el mismo. 

Un cristalero saca una posta a la que otro operario aplica su caña para, a continuación, ir alejándose tanto como permita la temperatura del cristal fundido. Va dejando así un hilo de varios metros de largo y solo unos milímetros de diámetro, que a continuación se divide en varias secciones.

Se hacen cortes de un centímetro de largo, que de inmediato se colocan verticalmente en un soporte metálico en el que dibujan un parterre de flores. 

Mientras un maestro cristalero prepara una ampolla de cristal, otro le lleva el soporte que contiene las millefiori. Con la punta de su caña, el primer artesano deposita el cristal blanco fundido; un bloque se une al otro para proteger la decoración o «empaquetarla». La caña vuelve entonces a la mesa de trabajo y se da forma al conjunto con suaves golpes, ayudándose con tenazas o con cartón hasta obtener la forma deseada. Para dar el acabado al pisapapeles, el cristalero crea un cuello que permitirá seccionar la porción de cristal deseada.

En la etapa de corte final se desvela la riqueza del decorado, la unidad de un parterre de flores de alegres colores que no tardará en convertirse en la esfera o la tapa de uno de los modelos Arceau.